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El Paular. Los Robledos. El Paular

  • jubilatassenderistas
  • 12 ago 2015
  • 3 Min. de lectura

Hoy 12 de Agosto, nos hemos vuelto a reunir el grupo de ¨jubilatas¨ después de la última salida a primeros del pasado mes de junio. La canícula nos ha mantenido en el gallinero y a salvo del calor sofocante que hemos pasado este mes de julio… bueno la canícula y los nietos, pues quien mas quien menos ha tenido tarea en este periodo estival.


Nos citamos en Rascafria a las nueve y media de la mañana y como los de Rivas íbamos conducidos por Luis, el legionario, pues como era de esperar llegamos los primeros… el espíritu de obediencia, disciplina y puntualidad fluye por sus venas por lo que no hay sorpresas, solo se trata de asumir que, con él, no vamos a marrar ni un ápice. Bien, eso nos dio motivos para esperar al grueso del grupo tranquilamente sentados en la plaza, tomando un cafe y un pincho de tortilla que nos supo a gloria y que a medida que se iban incorporando los demás elementos de grupo, el pincho iba ganando en admiración y popularidad. Todos acabaron llegando, a su hora y después de abrazos, saludos y el cafe correspondiente, acabamos por comprar el pan y poner camino al monasterio de el Paular, desde donde iniciamos la tarea que para hoy nos habíamos encomendando.


Como la ruta la íbamos a hacer en sentido contrario a lo macado en el track de referencia, enseguida surgieron las primera dudas; ¨por donde vamos ?¨, decíamos unos… ¨carretera adelante hasta un desvío que hay a mano derecha¨, respondían los del gps, esos que llevan el móvil abierto y mirando por donde nos manda el track que previamente se han bajado la noche anterior en su casa. Mucho track y mucho móvil, pero se dejaron el pan en el coche, así es que mientras el grueso seguía camino adelante, Juanma y yo decidimos esperarlos en el desvío para que no acabaran por coger otra ruta alternativa ; nunca se sabe, cada móvil es un mundo y cada interprete un letrado, mas valía esperar y acabar haciendo la ruta juntos, como buenos colegas.


La ruta era fácil, con una subida continua pero suave hasta que llegáramos a lo mas alto del trazado, por lo que el verbo fácil, la polémica distendida y los gracejos ocurrentes se fueron alternando con facilidad hasta llegar al monumento al guarda forestal, en Los Robledos. La vista desde este lugar sobre el valle de Lozoya, resulta sencillamente espectacular. Primera parada y primera ocasión para sacar unos frutos secos y la primera botella de vino, Esta vez se trataba de un blanco, algo alto de temperatura, pero sin desmerecer, de una mezcla castellana entre un chardonnay y un moscatel que resultó sencillamente delicioso. Juan, acuérdate de repetir para la próxima ocasión… la segunda botella, cualquier de nosotros será capaz de ponerla en su mochila.


Nada mas arrancar empezamos a pensar en donde comer y como todavía era relativamente temprano, la idea de hacer una próxima parada para tomar una cervecita, tomó fuerza entre el grueso del grupo… ya se sabe, metidos en harina….; lo cierto es que la teoría de la cerveza tomó cuerpo y pronto acabamos confortablemente instalados en un bareto, tomando la deseada cerveza.


A partir de ahí, ya era todo agua abajo, aunque llegar a las Presillas, donde a priori habíamos decidido ir a comer de bocata, nos llevaría una hora. Nada, nada, una hora se nos antojaba un mundo, así es que en la primera poza desocupada que pillamos, acabamos por instalarnos para vaciar el resto de nuestras mochilas. El sitio, resulto sombreado y tranquilo, a pocos metros de nuestra última parada… a ver, una vez que pierdes el ritmo, es muy difícil volver a pillarlo y quien más, quien menos, se acomoda rápidamente a la idea de parar y comer relajadamente a la orilla del río.


Lo pagamos una vez que reanudamos la marcha. Recorrer los nueve o diez kilómetros que nos separaban del lugar donde habíamos dejado los coches, nos pasó factura a todos…. nada grave, pero si esa sensación de ¨joder que lejos esta esto”, que nos invadía a más de uno.


Llegar al coche y salir hacia el pueblo para tomar la última, se convirtió en un visto y no visto; el primer lugar, justo al lado de donde dejamos los coches, se nos antojo el lugar ideal para cumplir el compromiso, hacer cuentas y decidir donde sería la próxima salida.


En resumen, bonita ruta, muy sombreada, entre pinos y algún acebo bien crecido que Paco se encargó de que llamara nuestra atención. Una comida en un lugar fresco, muy relajado y en compañía de una pareja de abutardas descaradas que se movían sin ningún tipo de vergüenza a nuestro alrededor y una buena compañía en buen número que prometió volverse a ver para la próxima ocasión.




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