Pico de la Miel
- jubilatassenderistas
- 7 oct 2015
- 3 Min. de lectura

Para esta ocasión, desde Rivas solo íbamos Luis y yo; él por sus años (cumplirá los 74 el próximo mes) y yo por mi flojera éramos los más débiles del grupo y a buena fe que los demás son conscientes de ello, pues el día anterior y a través del grupo de whatsapp que usamos para las convocatorias, el promotor de la salida escribió: “también se ha cambiado la ruta para suavizarla”. Eso quería decir que en lugar de ascender directamente al Pico de la Miel a través del Callejón del Soyermo, finalmente íbamos a utilizar el sendero clásico del espaldar del pico, que discurre por su cara norte.
En esta ocasión nos faltó fe en el guía, pues en cuanto el grupo se salió del camino que llevábamos, para ascender verticalmente, Luis y yo nos miramos y decidimos seguir a Juan Carlos que fue quien había propuesto la ruta y que haciendo caso omiso de lo que planteaba el grupo, decidió seguir por el camino que llevábamos con la esperanza que fuera ese el que nos llevaría hacia la cima. Gracias a él, pudimos llegar a contactar de nuevo con el grupo, pues nosotros dos, entre parar a respirar y renegar para nuestros adentros, no hubiéramos hecho otra cosa que volver sobre nuestros pasos, al ver que camino camino no había y que no tendríamos más remedio que atravesar jaras, tomillo borriquero y zarzas agua arriba hasta volver a encontrar la senda correcta. Al final el peor parado fue Juan Carlos que pagó caro su atrevimiento de afrontar este magnífico día con pantalón corto. Las zarzas dejaron buena huella en sus piernas.
Cuando por fin coronamos el último collado que nos permita volver a ver el tan ansiado Pico de la Miel, pudimos comprobar que el grupo ya había alcanzado el punto geodésico y desde allí nos hacían señas para aliviar nuestro infortunio y volver a juntarnos en cuanto ellos vinieran de nuevo a nuestro encuentro. Comentarios sobre lo sucedido y andando de nuevo, ahora si, por el camino correcto (PR-13) hacia el Cancho Gordo, Luis y yo nos consolábamos sabiendo que una vez superado ese primer tramo, lo que quedaba por andar era ya cosa fácil para nosotros.
Las pequeñas praderas hacen acto de presencia y se comienzan a ver algunos enebros y jóvenes pinares entremezclados con las más abundantes encinas o carrascas y en nuestro camino, una víbora o similar nos llama la atención y nos hace reflexionar acerca del peligro de estos pequeños ofidios. A nuestro andar, las grandes moles de piedra formando espectaculares agujas, se suceden una detrás de otra hasta que alcanzamos ver el Cancho de la Bola, donde los buitres, unos reposan y otros sobrevuelan la Muela, su cuartel general. Se trata de un impresionante dado cuadrado de cantos redondeados posado encina de una formación rocosa y que solo el capricho de la acción del agua, el viento y los cambios de temperatura a través de miles de años, explicaría su ubicación.
Llegamos a las praderas del Cancho Gordo a la hora de comer y al pie de su base, los más comodones nos decantamos solo por su observación, mientras que los cinco mas atrevidos se decidieron a abordar la subida; entre ellos Juan Carlos que al haber perdido la oportunidad de subir al Pico de la Miel, no dudó en posponer el bocadillo hasta su bajada. Mientras, los demás optamos por ponernos al resguardo del ligero vientecillo que soplaba y comenzamos a abrir el pan para decorarlo cada uno con lo que pillara por casa la noche anterior, al tiempo que la bota de vino comenzaba su primera andadura de mano en mano. Desde nuestro particular salón-comedor, las vistas de toda la sierra norte de Madrid formando un inmenso circo sobre el valle de Buitrago, eran espectaculares.
Y ya, todos juntos, después de dar cuenta de la bota y de otras dos botellas de vino, los once que formamos el grupo de hoy, comenzamos el camino de descenso bordeando el Cancho Largo hacia el Convento de San Antonio, donde pese a las reticencias de algunos, habíamos dejado mi coche para poder enlazar a los conductores hasta el punto de partida y de esa manera evitar tener que recorrer los cuatro kilómetros que separan, desde su base, los extremos de la preci osa sierra de la Cabrera.
La próxima cita no será para andar sino para yantar, pues Jose Luis nos ha convocado en Pálmaces para degustar una feilloada típica brasileira. Los andarines tendrán ocasión de desbrozar campo antes de la comida y al día siguiente pues la sobremesa será larga y habrá sitio para dormir sin necesidad de coger el coche para volver a casa.
Nota de mérito. Los cinco que subieron al Cancho Gordo: Juan Carlos, José Luis, Fernando Ayuso, José Antonio, y Agustín.
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